La sal y la resistencia
9/12/2025
La sal y la resistencia
12.09.2025
¿Por qué decidí visitar las minas de sal Wieliczka en Cracovia en el 2019? No estoy muy segura. Un folleto, una búsqueda fugaz en internet, ansias de novedad. Ignorancia y casualidad. Lo que sí puedo asegurar es que esa experiencia tuvo un fuerte impacto en mi concepción de la poesía. A Wislawa Szymborska comencé a leerla después de ese viaje y descubrí su poema “La mujer de Lot” varios meses después. Hace referencia a la historia bíblica de Lot, a quien unos ángeles advierten que debe escapar, junto con su familia, de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Se les ordena explícitamente que deben hacerlo sin mirar atrás. Pero la esposa de Lot desobedece y su sacro castigo, ¡oh, Señor!, es quedar convertida en una estatua de sal.
Begoña Méndez interpreta el mirar atrás como un hermoso acto de rebeldía, pues se trata de repudiar la concepción progresista del tiempo que sólo apuesta hacia el futuro. La esposa de Lot renuncia a la promesa de una tierra prometida, en pos de mirar a los ojos el momento presente. Ella encara el dolor ahora. Tiene la valentía de dolerse por su ciudad y por los muertos ahora. Se detiene y reflexiona ahora. Actúa, ahora. Duda, ahora. Hace tambalear un aparente equilibrio social, se bambolea y en la elegancia de su gesto reconoce la crudeza del castigo. Al voltear observa el eterno sacrificio de una ciudad perdida. Llora por las consecuencias del ahora.
¿Cuándo llorar es resistencia? ¿Cuándo y por qué hay que mirar atrás, con el riesgo de convertirse en efigie? Sin necesidad de remitirme a títulos o pasajes, podría afirmar que el llanto es un gran tópico literario. Y uso la palabra tópico muy a propósito. Creo que es un topos, un lugar (en parte imaginario y en parte concreto). Lo más natural sería vincular el llanto a cuerpos de agua, pero en esta historia el llanto deviene estatua de sal. De hecho, a raíz del relato, la isla volcánica de Sōfugan en Tokio fue bautizada como “Esposa de Lot”, aludiendo precisamente a la cristalización de una catástrofe.
¿Pero por qué una estatua de sal y no de mármol o de bronce? Curioso. Un monumento, cuyo propósito es perdurar, está compuesto de una materia sumamente volátil y cambiante. Tal vez la estatua se deja mermar como la memoria de las hecatombes. Además es una escultura que se contradice y se rebela ante sí misma. Un poco como lo hace la vida, que vive para morir. Escribir versos también es darse la vuelta. Versus, vertere: girarse, cambiar de dirección, volverse hacia lo perdido. La metáfora hace círculos en la superficie del texto como el cuerpo de la mujer de sal en los umbrales de la ciudad.
A veces lo más valiente es no escapar del tiempo, sino dejarse erosionar por él. Llorar, derramar la sal de nuestro cuerpo, es quizás una de las estrategias más humanas de pervivirlo. Lloramos por los sentimientos del ahora o, si no, deja de tener chiste. Llorar es morir un poco ahora, es desgastar la vida para poderla seguir viviendo ahora. Buena o mala. Nos exprimimos, nos cansamos para ensayar la muerte, ahora. Las lágrimas son micro catástrofes, producto del derrame de vida. Y cuando el llanto se detiene nos volvemos algo así como monumentos vivos. Se nos cristaliza la piel y en el calor de la respiración fallece una última posibilidad de preterir y olvidar.
Considero que la sal es un archivo perenne, un soporte de la memoria común siempre activo. Por ende, en ella resuenan los presentes de guerra, como el que atraviesa Palestina, junto a la catástrofe ecológica planetaria. Calamidades, inmolaciones, holocaustos, tormentas que nos circundan mientras creemos escapar, cada quien a su modo, a una tierra prometida. Ciclos inmemoriales que atravesamos con la vista al frente, confiando en una ley imperecedera que no nos permite mirar atrás. Cabe entonces preguntarnos, en el cobijo de la intimidad, ¿qué motivos banales, sutiles, minúsculos, nos quedan para hacerlo?
Y no sé cuál es realmente la propuesta aquí. O tal vez sí, propongo llorar más. Lágrimas compartidas en el centro de mesa como granos de sal. Sal, sal, sal, que salga la sal. Llorar, versar y resistir por todas las razones antes mencionadas, como dice la esposa de Lot en el poema de Szymborska. Ojalá que llueva solución salina y cicatrice tanta desesperanza.
Por cierto, lo único que traje de Wieliczka fue un collar de sal rosada que espeja el sabor de mis lágrimas. A veces todavía lo chupo para recordar el momento en el que me encontré sola, habitando las entrañas saladas de la tierra y entendí que, en las profundidades de esa garganta salobre, somos sólo una valiente cicatriz.
Poema completo de Wislawa Szymborska
La mujer de Lot
Tal vez miré hacia atrás por curiosidad.
Pero además de curiosidad pude tener otras razones.
Miré hacia atrás porque me dio tristeza la escudilla de plata.
Por distracción: amarrándome el cordón de la sandalia.
Para no mirar más la nuca justa
de mi marido, Lot.
Por la seguridad repentina de que si yo muriera,
él no se detendría
Por la desobediencia natural de los humildes.
Escuchando cómo nos perseguían.
Conmovida por el silencio, pensando que Dios cambiaría de idea.
Nuestras dos hijas se perdían ya tras la colina.
Sentí la vejez en mí. El alejamiento.
Lo inútil de viajar. Sueño.
Miré hacia atrás mientras ponía mi hatillo en el suelo.
Miré hacia atrás preocupada por el siguiente paso.
En mi camino aparecieron serpientes,
arañas, ratones de campo y polluelos de buitre.
Ni buenos, ni malos; simplemente lo vivo, todo,
brincaba y se arrastraba por un temor colectivo.
Miré hacia atrás por soledad.
Por la vergüenza de huir a escondidas.
Por las ganas de gritar, de regresar.
O porque justo entonces se soltó el viento,
desató mi pelo y me levantó el vestido.
Sentí que me veían desde los muros de Sodoma
y se morían de risa, una y otra vez.
Miré hacia atrás llena de rabia.
Para gozar plenamente su ruina.
Miré hacia atrás por todas las razones mencionadas.
Miré hacia atrás sin querer.
Fue sólo que una roca giró gruñendo bajo mis pies.
Que una grieta de pronto me cortó el paso.
En la orilla un hámster agitaba las patas delanteras.
Y entonces ambos miramos hacia atrás.
No, no. Yo seguí corriendo, arrastrándome y trepando
hasta que la oscuridad cayó del cielo,
y con ella grava ardiendo y aves muertas.
Por falta de aliento varias veces perdí el equilibrio.
Si alguien me hubiera visto, pensaría que bailaba.
Es posible que haya tenido los ojos abiertos.
Que haya caído mirando hacia la ciudad.
Disponible en:
https://circulodepoesia.com/2012/07/7-poemas-de-wislawa-szymborska/
Hago mención al libro Autocienciaficción para el fin de la especie (H&Q Editores, 2022) de Begoña Méndez.


Muriel Martínez
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