¿Bienvenida?

7/22/20251 min read

Paradójicamente, el primer aliento de una bienvenida debe ser también un adiós. Así que comienzo por despedirme. ¿Pero de qué me despido? ¿Cómo inauguro un cierre?

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Quizás no en español, pero en otras lenguas las palabras de saludo y despedida coinciden. Sus diferencias recaen en mero contexto y en la esperanza del mutuo entendimiento. Este, por ejemplo, parece ser un inicio, puesto que nada lo precede. Pero necesita ser entendido, ante todo, como un final. Un límite, una frontera que hace cara al miedo. A esa parte de mí que me amarra las manos por detrás y me dice al oído “mejor quédate aquí”. Este comienzo, por ende, es una despedida. Ex y pedis: afuera, paso liberado. Me despido. Desato los pies a mi libertad y dejo marchar, lento y sin prisa, las expectativas.

Debo admitir que desgarra.

Románticas son las despedidas, amieladas, pegajosas. Cuesta quitarse sus moléculas de encima. Tal como el dulce adherido al piso, hacen más evidentes nuestras turbias huellas: cristalizan el paso del tiempo y la viscosa imposibilidad del hubiera. “Yo ya he pasado por aquí”, dicen las manchas. Ayudan a no perder el rumbo. Es que entre un hola y un adiós habitan muchas posibilidades. Esta bitácora, entonces, es un instrumento de navegación para no perderme dentro de mí misma. Recupero su pasado náutico y hago de este espacio un cofre de instrumentos que me permita avanzar hacia sotavento. ¿O más bien, hacia barlovento?

Debo admitir que confunde.

Necesito ayuda para desafiar el viento. También necesito un banco para alcanzar el punto más alto de la alacena.

Necesito tu presencia.

Esos ojos que hacen de mí algo más que un espejismo. Es la magia del testimonio:

No lo hago para encontrar mi voz, porque esa ya es una búsqueda perdida. Lo

Debo admitir que emociona.

Bienvenidx.